ALGO DE HISTORIA
El vino ha sido desde la más remota antigüedad un elemento ambiguo e influyente en las viejas culturas mediterráneas. La cultura judeocristiana resalta, por una parte, la bondad del zumo fermentado de la uva y advierte, por otra, de los desvíos que es capaz de producir el consumo descontrolado del mismo. Según el Antiguo Testamento, el vino alegra el corazón de los hombres. El Nuevo Testamento eleva a lo más alto su bebida, concediéndole el honor de poder convertirse en la Sangre de Cristo. Pero el vino puede ser, al mismo tiempo, motor de desenfreno e impulsor de pasiones.
La vid ha sido un cultivo de gran tradición en Andalucía desde época romana, como elemento integrante de la habitual trilogía agrícola mediterránea. Tampoco faltaron los cuidados prodigados a la vid y el consumo del vino en época musulmana, en la que el zumo fermentado de la uva se apreció no sólo por parte de mozárabes y judíos, sino por parte de los mismos musulmanes.
Por lo general, allí donde predominó la pequeña y mediana propiedad, las bodegas y lagares se instalaron en los núcleos de población, y así lo testimoniaban hasta hace no muchos años las plantas bajas o semisótanos de las casas la Sierra Sur; Donde predominaban las explotaciones de cierta magnitud, sin embargo, las bodegas tenían su asiento en los propios viñedos, hasta el punto que la explotación entera es conocida con el nombre de lagar, y a los que cultivan a renta, se les conoce con el nombre de lagareros. Es este un fenómeno especialmente documentado en tierras de Córdoba.
En relación con el comercio del vino estamos deficientemente informados; no obstante, los datos aportados por las fuentes documentales nos permiten reconstruir algunos de los aspectos fundamentales de su comercialización, como almacenaje, recipientes, control de la comercialización, tanto de gran alcance, como la realizada en el interior, en casas particulares de cosecheros, o en tabernas, así como el funcionamiento y reglamentación de éstas últimas. El vino era almacenado en las poblaciones de Jaén, en las bodegas, ubicadas en la planta baja de las casas o en cuevas, dónde se depositaba en grandes tinajas, como podemos observar en las bodegas excavadas en Alcalá la Real. Para su distribución se empleaban odres, es decir, cueros debidamente curtidos y adaptables a los lomos de las acémilas que formaban la recua. La comercialización en Jaén parece que no salió del interior de cada población y la venta entre las poblaciones de la provincia. Una notable excepción fue constituida por Alcalá la Real, privilegiada desde comienzos del siglo XVI para ser la única vendedora de vinos en la ciudad de Granada y en la Alhambra.
La ciudad de Alcalá la Real y su tierra, o sea Castillo de Locubín y Frailes, en la frontera con Granada, productora de muy buenos vinos, criados por los moriscos gacis, y labradas sus viñas por cautivos, obtiene el monopolio de la venta de sus vinos en la ciudad de Granada, hasta que los regidores granadinos comienzan la plantación de viñas y pleitean con ellos a fin de mermar su monopolio. Los alcalaínos podían vender vino en Granada durante los meses de mayo, junio y julio, pero no el resto del año, salvo la venta de vinos a la Alhambra y sus fortalezas que podían hacerla durante todo el año,
Los mostos o vinos nuevos se empezaban a consumir en Jaén en octubre, como demuestra el dato de que el 13 de octubre de 1506 todos los vinos nuevos se vendiesen a tres maravedís el azumbre. Los vinos más cuidados se empezaban por Navidad, en marzo o en tiempo de trasiego, allá por el mes de mayo.
Nuestras tierras elevadas, débiles y bien expuestas al sol en sus numerosas laderas, junto a un paso obligado de transeúntes entre Granada y el Valle del Guadalquivir, orientaron la vocación de su agricultura hacia la producción de buenos vinos, ya desde época musulmana. Pese a lo de mentira intencionada con vistas a obtener privilegios para la venta de sus vinos, que pueden tener las manifestaciones hechas a don Carlos y doña Juana en 1515, no dejan de ser reveladoras de su dedicación vitivinícola, las palabras de la ciudad que manifiesta a los monarcas que la dicha çiudad de Alcalá e su tierra no tenían otra cosa de hazienda e trato de que se poder mantener, salvo de sus viñas. Conformes con ello, los monarcas le conceden el privilegio de ser la única que pueda abastecer de vino de la propia cosecha o adquirido en otros lugares, a la ciudad de Granada, durante los meses de mayo, junio y julio y no en los meses de octubre, noviembre y diciembre, en que anteriormente lo hacía, por ser estos meses especialmente malos para la venta del vino. Los traficantes del vino de Alcalá pasaron por alto toda reglamentación y vendían el vino donde les parecía y en las cantidades que querían, lo que molestó a las autoridades de Granada, quienes denunciaron ante la Corona que los dichos vecinos de la dicha ciudad de Alcalá la Real vendían el dicho vino dentro en el Alhóndiga y en otras partes de la dicha ciudad, arroba-do y por açumbres, y tenían dello tavernas públicas, y lo bendían al preçio que querían, sin posturas, siendo como hera contra las hordenanças de la dicha çiudad. Es decir, vendían el vino fuera de la dicha alhóndiga, en tavernas, por sí, e por menudo e açumbres e cuartillos
A semejanza de otras poblaciones de Castilla, las del antiguo Reino de Jaén, eran buenas productoras de vinos, a veces, de mejor calidad que los de Montilla y Lucena. El enclave interior de las tierras, sin embargo, no favoreció el comercio hacia otras zonas también buenas productoras y mejor comunicadas por vía marítima. Únicamente logró sobresalir en sus ventas la ciudad de Alcalá la Real que aprovechó la coyuntura de una Granada, donde se fue imponiendo la cultura europea del vino y la consiguiente demanda de caldos.
Hábilmente conseguido el privilegio de la venta de sus vinos, por su histórica situación fronteriza, se convirtió en la única expendedora de los buenos vinos jiennenses a Granada, durante el siglo XVI. Implantado el cultivo de la vid en Granada e interesados en él los señores veinticuatro de la ciudad, acabaron con su privilegio, y Alcalá, como las restantes poblaciones jiennenses, quedó prácticamente reducida a su autoconsumo.¿Fueron esas las causas de la escasa producción de vino en la actualidad? En la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX llegaron las destructoras plagas del oidio y de la filoxera, que acabaron con las tradicionales plantaciones de los vinos torrontés, jaén y valadí.
Cerrado el incentivo comercial para el vino, los jiennenses no se esforzaron en renovar su antigua superficie de viñedo. Se volcaron, con mayor fuerza en un cultivo que ya venían potenciando desde el siglo XVII y convirtieron sus tierras, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, en una zona propicia para la expansión y cultivo del olivar. Fue así como Jaén y su antiguo reino, productores de soberbios y excelentes vinos, terminaron por ocupar el último lugar en la escala andaluza de provincias productoras de vino, aunque dejando algunas huellas de lo que fuera su antigua dinámica y buen hacer en las poblaciones de Lopera y Torreperogil.
Hoy despiertan nuevas inquietudes vitivinícolas en distintos rincones de la provincia, pero, como en otras partes, se olvidan sus tradicionales costumbres, que no vendría mal recuperar o, al menos, tener en cuenta. Sería ilusionante volver a paladear los tradicionales vinos torronteses, albillos y aloques, que tanto atractivo ejercieron en los siglos XV y XVI.
Por lo que respecta a Frailes y ya en el siglo XX y según un informe fechado en 1956 que envía el Ayuntamiento frailero sabemos que: Existen 1.671 hectáreas sin cultivar perteneciendo al municipio y particulares. Los árboles o matas más frecuentes en este terruño son: la encina y el quejigo; estos terrenos se dedican a pastos sin que existan meca para cultivarla. …. Existen viñas en una extensión de 16 hectáreas, y un labrador medio posee 40 áreas, teniendo normalmente 480 cepas, produciendo 400 kilogramos de uvas y unos 150 litros de vino, siendo la especie “montúa” la más abundante y se le dan una labor de caba y otra de vina.
En 1963 y siguiendo los datos que nos aporta el Archivo frailero (AMF), los productos principales son: el trigo, 200.000 kilos; aceituna 2.300.000 kilos; frutas 2.000 kilos y 4.000 kilos de uvas; aunque las leguminosas ganan con un total de 82.250 kilos. La actividad principal sigue siendo la agrícola.
VINÍCOLA LA MARTÍNA
Fruto de la vid y del trabajo del hombre, ninguna definición sobre el vino, ni ninguna frase o dicho célebre, de tantas como hay, me parece más hermosa que esa perteneciente al momento central de la misa. Eso es exactamente el vino, y lo ha sido desde el neolítico, que desde entonces nos acompaña, el fruto de la vid, naturaleza, aunado al trabajo del hombre, cultura, ahora que se habla tanto de la cultura del vino. Ese fruto y ese trabajo han fructificado siempre en forma de lo que tradicionalmente se ha llamado, y aun se llama, vino del terreno. Un vino con unas características propias, elaborado artesanalmente y para ser bebido aún joven; en el vino del terreno, no se conocen ni las añadas ni otra denominación de origen que ese del terreno de la tierra. En el campo o la sierra, la bota pasando de mano en mano entre los compañeros de la cuadrilla, el rojizo líquido cayendo directo a la boca, otra forma de beber el vino del terreno que también hace su apaño para alivio de fríos, y otros malestares propios del trabajo.
Y esa costumbre de ir de bar en bar a probar los distintos vinos de terreno de los muchos productores que en estas tierra hay. Cultura del vino, que es cultura de gentes de la tierra, de gentes que laboran sus cuatro palmos de tierra/ donde hay vino, beben vino, donde no hay vino agua fresca, que escribió Antonio Machado.
En 1996 se crea la cooperativa vinícola La Martina. Se crea como una iniciativa para desarrollo agrícola del viñedo ya que se contaba con la tradición de hacer vino en las casas, el popular “vino del terreno”, esto es, aquel que se ha producido en los lagares y bodegas familiares con la producción de uva local, mayoritariamente de la variedad Jaén Negro, que destaca por incorporar pocos taninos en sus componentes. Estos “vinos del terreno” son en general vinos jóvenes, dulces, debido a la interrupción de la fermentación. Por ello surge una Sociedad Cooperativa Andaluza con el ánimo de aunar los esfuerzos de los productores. De este modo se pretendía la mejora de los terrenos destinados al viñedo, solicitando apoyo técnico para obtener producciones de calidad.
Para salir al mercado con ciertas garantías de éxito se elaboraron vinos con estrictos criterios de calidad; así se comercializaron blancos jóvenes y frescos, y tintos con una crianza en barrica de roble americano. Para su producción se compraron 26 barricas de roble americano en donde debían envejecer los caldos, dos depósitos de fermentación, y diez más en acero inoxidable de cuatro y cinco mil litros respectivamente; así como todos aquellos enseres necesarios para la fabricación del vino. En total la inversión fue de 14.658.518 de euros.
La cooperativa vinícola La Martina, contó con el especial apoyo del ayuntamiento de la localidad, el cual facilitó la nave en dónde en un principio se ubicó la bodega; también apoyó este proyecto ADSUR, facilitándole subvenciones para su puesta en funcionamiento. Cuatro fueron las marcas comerciales que se pusieron en el mercado con los sonoros nombres de Campoameno, Matahermosa, Puente Alta y Sierra Alta. El Campoameno era el de mayor calidad con seis meses de crianza, el siguiente tres meses en barrica, cosecha era el Puente Alta, mientras que el último era una mezcla de variedades autóctonas. Pero para el más importante de sus caldos se escogió el nombre de Campoameno, en homenaje al marqués de Campo Ameno, hijo ilustre de la villa privilegio de la naturaleza.
La vinícola fue comprada por el Grupo Sierra Sur el año 2008, e inicia la comercialización de los vinos con los nombres de Alto de Campoameno, Campoameno, Campoameno Syrah, y Campoameno Chardonnay, éste último es un blanco de excelente calidad. Desde hace unos años, se viene comercializando un espumoso que esta teniendo éxito en nuestra comarca.
El vino es producto de una armonía entre la tierra que se expresa en los racimos de la vid y el trabajo humano. Este último no puede sustituir ni reemplazar a aquélla. El terruño se convierte en granos de uva. Y en este sentido, los buenos vinos se asemejan a las obras de arte, porque además de ser sabrosos resultan exclusivos, únicos, no se parecen a ningún otro.